La isla Moneron: un paraíso escondido
Isla Moneron Un sueño para fotógrafos y turistas ecológicos
Desde el mar la isla rusa de nombre francés, Moneron, recuerda al singular paisaje de la serie de televisión 'Lost'. Es tan pequeña que su costa se rodea en media hora con una lancha Para dar la vuelta entera a pie, incluido el ascenso al punto más alto de la isla, la montaña Staritski (440 m.), se necesitan unas cinco o seis horas. Esta isla, el sueño de cualquier fotógrafo, atrae a muchos viajeros, dispuestos a sobrellevar un largo y fatigoso viaje por las olas del estrecho de Tartaria con tal de conocer esta porción de tierra.
Rumbo a la isla
El viaje a Moneron comienza en la ciudad portuaria de Nevelsk: la flotilla local de lanchas garantiza la comunicación con la isla. Desde la orilla de Sajalín hasta la bahía de Moneron hay cerca de treinta millas náuticas –es decir, 50 kilómetros– pero contra la corriente marina la pequeña lancha no puede alcanzar una velocidad superior a los diez nudos (18 km/hora). Así que la travesía, si el tiempo acompaña, conlleva tres horas de “montañitas rusas” por las aguas del estrecho de Tartaria. El menor signo de tormenta hace que la duración del trayecto se incremente una hora y media más. Las vistas a la bahía de la isla, que se extiende ante todos los que se aventuran a Moneron, son dignas de reproducirse en brillantes postales.
Una agitada historia entre Rusia y Japón
La isla de Moneron se califica a menudo de misteriosa. Y no sin razón: la historia de esta porción de tierra en medio del océano es bastante compleja. En su origen, la isla debe su existencia oficial a los japoneses: en el siglo XVII el samurái Murakami Hironori señaló Moneron en las cartas náuticas.
En el siglo XVIII la isla se descubrió por segunda vez: los franceses marcaron su nombre en los mapas marítimos europeos. El expedicionario marino Jean-François de La Pérouse durante su viaje alrededor del mundo en 1787 no sólo dio su nombre al estrecho entre Sajalín y Hokkaido. Cuando los barcos de la expedición francesa, la Boussole y l’Astrolabe, llegaron a la isla solitaria, el conde de La Pérouse, la bautizó con el nombre del ingeniero jefe de la expedición. A este ingeniero, Paul Moneron, se le encargó trazar el mapa de la isla de su mismo nombre. El primer mapa fidedigno de Moneron lo hicieron casi un siglo más tarde: en 1867 los hidrógrafos rusos incluyeron la isla en el mapa del Imperio de Rusia. En esta ocasión dirigió la expedición el teniente K. S. Staritski, que dio su nombre al pico más alto de la ínsula.
Moneron se considera rusa desde hace poco tiempo: después de la derrota del país eslavo en la Guerra ruso-japonesa, Japón se anexionó la isla, que pasó a llamarse Kaibato y siguió siendo nipona hasta que se produjo la capitulación de Tokio en 1945, con los cambios que acarreó en la geografía política de la región. Moneron se encuentra muy cerca del País del Sol Naciente: si acompaña el buen tiempo, desde la isla rusa se puede ver la isla japonesa de Rishiri.
El periodo japonés de Moneron, corto y no demasiado lejano, está envuelto de no menos misterios que toda la historia anterior de la isla. Los japoneses afirman que en este terrotorio sólo había un poblado de pescadores. Pero en Moneron se conservan construcciones niponas: la casita del radiotelegrafista, el faro y sólidas construcciones de ingeniería a base de hormigón. Además, los japoneses tendieron el cableado telefónico desde Sajalín hasta allí, 40 kilómetros bajo el mar. En los documentos de archivo relativos a las operaciones militares de la URSS en el Lejano Oriente de Rusia en 1945, no se hace mención alguna a las batallas libradas por el dominio de la isla. No obstante, en Moneron hay muchas tumbas anónimas coronadas por una estrella roja.
Sea como sea, después de que Moneron entrara a formar parte del óblast de Sajalín, en la URSS, en lugar del poblado de pescadores japonés, surgieron allí otros soviéticos, pero muy pronto se reveló que la actividad de la pesca resultaba poco rentable y la isla se quedó prácticamente despoblada.
En el lugar vivían únicamente los guardias fronterizos y los operarios del faro, el número total de la población de la isla pocas veces superaba el de seis personas. El estatus de zona fronteriza restringía el número de visitantes a la isla.
Un parque marino natural único en Rusia
Ni siquiera un pequeño complejo hotelero encajonado con mimo entre colinas verde esmeralda, con vistas directas a la bahía, consigue borrar la sensación de estar en una isla virgen, aún no perturbada por la civilización. Las confortables casitas de huéspedes no pueden albergar a más de veinte personas: si hubiera grupos turísticos más numerosos se causarían daños irreversibles en el equilibrio ecológico natural de la isla.
Por este motivo, como comenta la guía-ambientalista Natalia Kruglova, el flujo de turistas a Moneron es relativamente pequeño: “Moneron es el primer parque natural marítimo de Rusia. En la temporada del año pasado recibimos a cerca de un millar de personas. Es poco probable que esta cifra aumente drásticamente: de hecho, no queremos que la naturaleza excepcional de la isla sufra”.
La principal riqueza de Monerone es su mundo submarino. Es precisamente la fauna marina de la isla lo que los ecologistas intentan salvar ante todo. Algunos de sus habitantes submarinos no se encuentran en ninguna otra parte de Rusia. Para ello hay una explicación científica, pero aun así sigue siendo sorprendente: la pequeña y casi sin vida Moneron es la única de entre todas las islas del archipiélago que se encuentra en una rama estrecha de la corriente cálida de Tsushima, que parte del sur de la zona subtropical. Por eso, en sus aguas excepcionalmente puras abundan los haliótidos, moluscos muy estimados, raros ejemplares de erizos de mar, los pepinos de mar y otra fauna exótica.
Un sueño para fotógrafos y turistas ecológicos
La inutilidad de la isla fronteriza para la economía soviética se convirtió en el mayor bien de la naturaleza de Moneron. Centenares de especies raras de pájaros han vivido a sus anchas en sus rocas ribereñas, los peces autóctonos tampoco temen la presencia humana. En los meses de verano, la hierba sobrepasa la altura de un hombre. La imagen paradisiaca se completa con una pintoresca cascada: chorros de agua caen desde una altura de quince metros.
Las aguas que bañan Monerone son el sueño de cualquier fotógrafo submarino: transparentes como el mejor cristal. Se alcanza a ver incluso el fondo, a muchos metros de profundidad. Las pocas personas que tienen la suerte de haber visitado Moneron desean con toda su alma volver una vez más.
“He viajado mucho a bordo de mi yate”, dice Dmitri Medvédev, un buzo experimentado, tocayo por partida doble del primer ministro ruso. “Pero la belleza que hay en Moneron no la he visto en ningún otro lugar. Aquí, de lo limpia que está el agua, ni siquiera se necesitan linternas para bucear. ¡Este paisaje submarino no tiene parangón en toda la costa del Lejano Oriente de Rusia!”.
Dmitri se zambulle en el mar pertrechado de una cámara especial. Pero a los que tengan una cámara fotográfica normal tampoco les faltarán cosas que fotografiar, como las camas de lobos y becerros marinos, las asombrosas grutas rocosas, los cerros pintorescos y las construcciones de los periodos japonés y soviético de la isla.
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