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San Petersburgo

Museo abierto de palacios y puentes, es la obra maestra de un rey implacable.
Cuna de la literatura rusa, del gran ballet universal y de un imperio desmesurado.
San Petersburgo encanta por sus palacios, sus colecciones de arte, sus monumentos, que escapan de la escala humana. Ciudad de islas, es un museo de puentes extraordinarios. Pero no solo encanta. También  sobrecoge. Miles dejaron sus huesos aquí para levantar una ciudad imperial sobre pantanos, obligados por ese monarca tan visionario como autoritario. Y en uno de esos palacios moriría también la monarquía rusa. En el estuvieron arrestados el último zar, Nicolás II, la zarina, la princesa Anastesia y sus hermanos, hasta poco antes de su fusilamiento.
Las creaciones más universales nacieron gracias a la fundación de esta ciudad. En medio del totalitarismo de Pedro el Grande estalló la libertad del espíritu. Ahí podemos ver cómo nace la literatura rusa, de Dostoievski y Gódol, la poesía de Pushkin, el ballet de la Pavlova, y el Museo del Ermitage. La Rusia más admirable florece en San Petersburgo sin que nadie se lo proponga. Un taller de prodigios.

Si al joven monarca Pedro I no se le hubiera puesto entre ceja y ceja fundar esta ciudad, Rusia habría seguido siempre por mucho tiempo como una nación de campesinos. No se habría transformado en el imperio ruso, ni Pedro sería recordado como El Grande. Convertida en la nueva capital, deslumbró a los europeos. Ahora podemos ver en ella lo mejor de las grandes capitales del viejo mundo, distribuida en enormes espacios.
Extranjeros en su patria
Nadie pudo imaginar que los escritores, al abandonar Moscú y radicarse aquí, tomarían suficiente distancia como para ver con ojos penetrantes la vieja Rusia dormida. De esa distancia nació la gran literatura rusa. También el incomparable ballet, que dio sus primeros pasos de la mano de creadores europeos y llegó a su apogeo en el teatro Marinskii, con la peterburguesa Anna Pavlova, y la Muerte del Cisne, creado para ella.
Visitar algunas casas que habitara el genio de la literatura Dostoievski; la de Pushkin, fundador de la ciudad para la poesía; la Nabokov, que hace medio siglo creó la inquietante Lolita; las casas del antiguo artillero Solzhenitsin y del Nobel Brodsky, quien con sus textos nos ayudó a explicarnos esta ciudad inexplicable.
San Petersburgo "no hay ningún otro lugar en Rusia donde los pensamientos se alejen tan libremente de la realidad."
Lo mismo ocurre a todos los extranjeros que están en la ciudad. Hasta en la textura del pavimento de granito parece haber algo que invita a los pies a caminar. Por ser la más grande ciudad próxima al Círculo Polar, de sus chimeneas sale humo blanco, y de lejos, los edificios parecen formar una multitud de locomotoras detenidas en tránsito a la eternidad. Además tiene cuatro estaciones, para trenes que avanzan ronroneando desde la rosa de los vientos.
Estamos en una ciudad de viajeros.
La decisión de Pedro el Grande de construir una gran ciudad en estas pampas barrosa, necesitaba ojos visionarios, una determinación invencible y sobre todo una gran causa. Conocedor de la próspera Europa, no quiso imitarla, sino demostrarle a los demás que Rusia era capaz de mucho más.
Hasta entonces el país era básicamente asiático de cultura y costumbres. El hizo cambios en la administración, puso al estado sobre las iglesias, favoreció la industria privada y el comercio. Puso a San Petersburgo, la nueva capital, mirando hacia el Viejo Mundo, más cerca.
Lo consiguió en pocos años. Un noble francés, después de una gran recepción en el palacio de invierno "¡Estos monos rusos! con qué rapidez se han adaptado. Están superando a nuestra corte".
Lamentablemente, después de Pedro el Grande y de la emperatriz Catalina, otros monarcas se limitaron a copiar.
Imitando llegaron hasta el siglo XIX cuando Europa "ya no merecía ser imitada" (dijo Brodsky).
La ciudad es un conjunto admirable. Son 302 de palacio, mansiones, columnatas, pórticos, cúpulas, pilastras, edificios barrocos y estilo imperio, que se aliñan a lo largo de ambas orillas del canal Fontanka.

Quienes desean admirar el barroco tardío puede ver la iglesia de San Nicolás de los Marinos, construida en el siglo XVII que parece sacada de la vieja Roma barroca.
Museo del Ermitage
Que ocupa uno de los palacios reales, el de invierno es inagotable, impresionante, tiene 24 kilómetros de galerías y 420 salas. Es la más grande colección artística del planeta.
También se puede visitar la Isla de San Pedro y San Pablo, donde naciera la ciudad en el siglo XVII. En su catedral se depositaron los maltratados restos de la familia imperial.
Se puede admirar el monumento a Pedro el Grande, con el jinete de bronce sobre una rotunda base de granito, pisando una serpiente que representa el pasado de Rusia. Y ocuparemos largos minutos frente a la columna de Alejandro, una sola robusta pieza de 400 metros de altura, levantada para la eternidad con un ingenioso sistema de plano inclinado.

La mejor de las Rusias
Y más días necesitará el viajero si quiere disfrutar de los palacios imperiales. En el sur de San Petersburgo forman un collar admirable, con nombres que han cambiado desde la época soviética. Ahí se hallan Peterhof o Petrodvorets, es decir, la Corte de Pedro; la Aldea de los Zares o Tsarskoie Seló; Oranirnbaum o Lomosov; el museo de Pavlovsk, antigua residencia de Pablo I,  y Gatchina, antigua casona de descanso de zares remotos.
No se puede saltar Tsarskoie Seló, donde Nicolás II y su familia vivieron arrestados hasta poco antes de su ejecución. Entre los palacios de Europa, es el mayor exponente del estilo barroco. En mayo del 2003 se acabó la reconstrucción de la famosa Cámara de Ámbar, "octava maravilla del mundo", cuyos paneles originales fueron regalados a Rusia por un rey prusiano, y hechos desaparecer más tarde por las tropas de Hitler.
Tratando de no caer en la divertida trampa de las aguas bromistas, otra visita obligada es al palacio de Peterhof. Es el monumento más representativo de la voluntad del zar, creador de proyectos colosales. Las obras tuvieron gran impulso luego que Pedro el Grande visitara Versalles. No menos admirable es la iglesia de San Isaac, sólo superada en tamaño por la vaticana basílica de San Pedro, la iglesia de San Pablo en Londres y Santa María di Fiori, en Venecia. En su segunda reconstrucción fue concebida, en el siglo XIX, por el francés Montferrand, que trabajó 42 años en ella.
Levantada sobre 11 mil pilotes en terrenos pantanosos, es de aspecto leve, a pesar de su gran tamaño. La primera misa en el período post soviético se celebró en 1990 y, al año siguiente, dejaría de llamarse Leningrado para volver a ser Petersburgo.
Casi todos los viajeros sueñan con ir a Moscú para fotografiarse en la Plaza Roja frente a la colorida capilla de San Basilio. Tal vez no saben que existe un buen sustituto, con las mismas cebollas de oro, los mismos arcos en forma de diadema. Se llama Iglesia de la Resurrección. Es monumental, profundamente ruso-asiática en una ciudad con vocación europea. Una verdadera aparición en medio de la arquitectura constructivista soviética, tan floja de alma. Si queremos prolongar los sueños románticos, hay que alcanzar el canal Kriukov, junto a la iglesia barroca de San Nicolás de los Marineros. Es el barrio donde Dostoievski hizo transcurrir la historia de su novela Las Noches Blancas.
Sus noches negras aún no las olvida San Petersburgo. Toda la ciudad fue escenario de su martirio durante la Segunda Guerra.
Casi 900 días de asedio de las tropas de Hitler, que provocaron la muerte de cientos de miles de peterburgueses... "No me he acomodado a la estética, pero no comprendo por qué es más glorioso bombardear una ciudad sitiada que asesinar a alguien de un hachazo", escribió Dostoievski, en Crimen y Castigo. Entre los rusos, la resistencia cambió para siempre la imagen de la ciudad, adquiriendo la categoría de leyenda. Por eso, para muchos, sigue siendo la capital, aunque Lenin devolvió ese rango a Moscú.
Mentalmente, San Petersburgo es a Moscú lo que Florencia es a Roma, Salvador de bahía a Brasilia, Boston a Washington. Es la Rusia enorme, con sus dulzuras y sus excesos. Oscilando entre el cielo y el infierno. La mejor de las Rusias.

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