La Cataluña de Dalí
Figueres y Cadaqués
Una ciudad en la esquina nororiental de España y un pueblo
breve en la Costa Brava. Allí están su teatro, taller, casa y museo. Un día
fueron refugio del pintor; ahora, sitios Indispensables para quien desee
rastrear las huellas del ícono surrealista.
NO HAY ACUERDO. Unos aseguran Que fue un pintor español,
pero Otros insisten en que fue un artista Alemán quien regaló su primera caja
de pinturas a Salvador Dalí, cuando tenía 10 años. Pero dicen que fue en
Cadaqués, en el breve pueblo de La Costa Brava que el ícono surrealista adoró toda
la vida.
El sitio donde nació su padre, donde pasaba las vacaciones
desde niño, donde se construyó una casa en la que recibía a sus famosos amigos y
donde vivió hasta la muerte de su musa, Gala.
“Cada colina, cada contorno de cada piedra podía haber sido
dibujado por Leonardo (Da Vinci)”, decía Dalí del paisaje que pintó una y otra
vez, fascinado por su abrupta geología.
Un lugar que aparece de improviso tras sortear las
escarpadas colinas de la península del Cap de Creus, en el ángulo más oriental
de España y muy cerca de la frontera con Francia.
Por años, el difícil acceso a Cadaqués restringió las
visitas, pero ahora un sinuoso y elevado camino lleva sin pausas hasta el
poblado, que se divisa súbitamente entre las curvas como un salpicado blanco
que resplandece junto al mar.
Tiene aires de pueblo griego. Casas Inmaculadas con pórticos
azules, paredes donde trepan enredaderas y buganvilias de colores rabiosos; calles
empedradas que bajan en desorden desde las colinas al Mediterráneo, olivos y
decenas de chiringuitos donde probar delicias marineras. Y en lo más alto del
casco antiguo, la Iglesia de Santa María, con vistas inigualables de la costa.
Dicen que es un sitio de gentes bravas, tocadas por el viento de la tramontana
y orgullosas de su pequeño paraíso. “Allí sentimos la sensación que dan las
islas, la sensación tan satisfactoria de que la gente que no tiene la suerte de
vivir allí es completamente infeliz, escribió el catalán Josep Pla, en unos de los
tantos libros inspirados por Cadaqués.
Este emblemático rincón costero y la cercana Figueres, la
ciudad donde Dalí nació, creció y murió, fueron sus refugios predilectos en
Cataluña y el paisaje recurrente de sus primeras pinturas. Ahora son visita
obligada para quienes deseen seguir sus pasos por estas tierras. Allí están su
teatro, taller, casa y museo. Allí se pueden vislumbrar sus excentricidades y obsesiones.
Allí están ancladas algunas de sus obras más perturbadoras.
Monedas al Mar
La idea
de la estremecedora cinta Un perro andaluz nació en Cadaqués en 1928, durante
una conversación de Dalí con el cineasta Luis Buñuel.
Un capitulo aún más definitivo para la vida de Dalí se
escribo en esta península de la Costa Brava al año siguiente. Helena Ivanovna
Diakonova, Gala, todavía era la esposa del poeta francés Paul Eluard cuando
llegaron al hotel Miramar de Cadaqués junto a su hija Cecilia. Durante su
estancia, La rusa y el pintor se enamoraron. Ella fue rotunda: “Ya no nos
separaremos nunca más”. Una feroz pelea de Dalí con su familia lo obligó a
abandonar la casa paterna, así que se instalaron en Ia esquina norte del
pueblo, en una caleta de pescadores conocida como Portlligat -“puerto cerrado”-,
un paraje más solitario y escondido.
Compraron una barraca en ruinas , y durante cuarenta años se dedicaron a armar una casa laberíntica,
con espacios blancos e irregulares que se retuercen, bajan y suben de nivel
siguiendo los brincos de la colina.
Por Cadaqués pasaron muchos, en muchos veranos. André
Breton, Marcel Duchamp, Man Ray, Joan Miró y Federico García Lorca, que
disfrutaba de las excursiones en barca. Hasta el ex rey de Italia, Humberto de
Saboya y Wall Disney recalaron en Portlligat cuando, a fines de los 40, Gala y
Dalí culminaron su estancia de más de una década en Estados Unidos y
regresaron a España, haciendo guiños al régimen
franquista. La pareja convirtió esta casa en su lugar de residencia más
estable, el único en que vivían más de seis meses, entre marzo y octubre. Al
comenzar noviembre -relata el historiador Ricard Mas en su libro sobre Dalí-,
Gala empacaba lo necesario, cargaba el Cadillac y avisaba al artista que ya era
hora de partir. Él se levantaba, tomaba su abrigo y lanzaba unas monedas al mar
para asegurarse de volver a la siguiente primavera.
Con tantas historias por contar, es una lástima que las
visitas a la antigua casa del pintor, convertida en museo desde 1997, no vayan
acompañadas de un relato más entusiasta de los guías. El recorrido dura 40
minutos -reserva indispensable- y se aprovecha en cuanto más se pregunta. Los
espacios son dispares y algunos están colmados de flores secas, figuras de
peluches -a Gala le encantaban- o de toda suerte de pájaros y otros animales disecados,
incluido un oso polar en el recibidor. Es posible pensar en Dalí pintando en el taller con vista al
mar mientras Gala le leía en voz alta; en el dormitorio decorado en azul y fucsia,
con un tapiz de Juan XXIII y con jaulas vacías, donde antes habitaban canarios
y un grillo. O también imaginarlo protagonizando fiestas de antología con sus
amigos alrededor de la piscina con forma fálica de la terraza, donde una
especie de trono asiático convive con una boa platinada y con una escenográfica y gran boca rosa flanqueada por
neumáticos Pirelli.
“El mal gusto es lo más creativo que existe”, decía Dalí.
El Mayor Objeto Surrealista
La visita a Portlligat, el recorrido por Cadaqués y el viaje
a Figueres exigen dos días -se puede hacer toda la ruta en uno, pero con
muchísimo apuro-, y la lógica indica que desde Barcelona la primera parada
debería ser Figueres. Esta ciudad de 35 mil habitantes exuda orgullo por su
hijo predilecto y aprovecha el comercio en tomo a él. A poco andar desde la
estación de tren o bus rumbo al museo ya se pueden ver homenajes al artista,
láminas con sus obras y tiendas de “delicatesen”, donde es posible comprar
reproducciones de sus elefantes de patas alargadas o versiones de sus relojes
blancos. Subiendo por la calle San Pere también está el Museo del Juguete de
Cataluña, un festín para los amantes de los mecanos, muñecas y figuritas a cuerda. Allí hay objetos que pertenecieron
a Miró, García Lorca y está “Don Osito Marquina”, de Dalí.
Más adelante, las filas de visitantes son el anticipo que ya
se está cerca del teatro Museo de Dalí, un espacio inaugurado en 1974, diseñado
por el artista hasta en sus detalles más mínimos durante diez años y que se
levantó sobre las ruinas del teatro municipal, incendiado tras la entrada de las tropas franquistas a la
ciudad al término de la Guerra Civil Española.
Pablo Passo ya había abierto su museo en Barcelona cuando en
1961 el alcalde de Figueres propuso a Dalí hace un museo en su honor. A Dalí le
encantó la idea de hacerlo en el teatro, por tres razones: estaba trente a la
Sant Pere, donde había sido bautizado y había hecho su primera exposición de pintura
y porque se consideraba un artista “eminentemente teatral”.
Lo más llamativo desde el exterior del museo y uno de los símbolos
de la ciudad es la cúpula geodésica transparente, un antojo que Dalí deseaba
instalar con un helicóptero, pero que finalmente fue ubicado con métodos tradicionales.
“Es evidente que existen otros museos, eso es seguro; pero como ya se dicho muchas
veces, esos otros mundos están en el nuestro, residen en la tierra y
precisamente en el centro de la cúpula del Museo Dalí, donde está todo el mundo
insospechado y alucinante del surrealismo”, decía el artista. Dalí Murió en Figueres el 23de enero de
1989, a los 84 años.
Sus restos están
enterrados allí, en su teatro y museo. Justo debajo de la cúpula.
Comentarios
Publicar un comentario